Cuando pensamos en la infancia, es común imaginar a niños y niñas jugando. Pero el juego no es solo un pasatiempo: es una herramienta fundamental para el desarrollo integral. Desde la psicología, se reconoce que el juego estimula áreas cognitivas, emocionales, sociales y motoras, y constituye una necesidad tan básica como alimentarse o descansar.
¿Qué sucede cuando los niños y niñas juegan?
Jugar es una forma de aprender, expresarse y crecer. A través del juego, los niños:
• Desarrollan su pensamiento: mejoran su atención, memoria y resolución de problemas.
• Aprenden a relacionarse con otros: practican turnos, negocian y resuelven conflictos.
• Expresan sus emociones: canalizan miedos, alegrías y frustraciones de manera simbólica.
• Exploran su cuerpo y el entorno: desarrollan habilidades motoras y sensoriales.
El juego desde la mirada de la psicología
El psicólogo suizo Jean Piaget (1951) sostenía que el juego permite a los niños asimilar la realidad y construir su pensamiento. Para él, existen distintos tipos de juego que se corresponden con etapas del desarrollo: el juego sensoriomotor (en los primeros años), el juego simbólico (imaginación y roles) y el juego de reglas (en la edad escolar).
Por su parte, Lev Vygotsky (1978) destacó el rol del juego simbólico como el escenario ideal para desarrollar funciones mentales superiores, como el lenguaje, la autorregulación emocional y la planificación. Según este autor, “en el juego, un niño se comporta por encima de su edad promedio”, demostrando avances que aún no logra en otros contextos.
Más recientemente, el psicólogo David Elkind (2007) ha advertido que el juego libre está siendo reemplazado por actividades estructuradas y un exceso de tecnología. Elkind sostiene que esto puede perjudicar la salud emocional de los niños, quienes necesitan tiempo para imaginar, moverse, aburrirse y crear desde su mundo interior.
Como madre y psicóloga, he podido observar cómo el juego no solo fortalece habilidades cognitivas y emocionales, sino que también es una vía de comunicación poderosa entre adultos y niños. En muchas ocasiones, cuando un niño no puede expresar con palabras lo que siente, lo hace a través del juego: un peluche que está triste, una muñeca que grita, una torre que se cae… todo habla de su mundo interno. He visto cómo los niños pueden sanar, entender y resolver conflictos personales jugando, cuando se les da el tiempo, el espacio y la validación para hacerlo.
También he notado que cuando los adultos nos tomamos el tiempo para jugar con ellos, sin apuros ni juicios, se fortalece el vínculo afectivo y se genera una sensación de seguridad emocional que impacta positivamente en su autoestima. A veces, unos minutos de juego compartido tienen más valor que muchas palabras.
¿Qué pueden hacer madres, padres y cuidadores?
Desde el hogar, se puede fomentar el juego de múltiples maneras:
• Respetar el juego como una necesidad: no usarlo solo como recompensa o permitirlo solo cuando “queda tiempo”.
• Favorecer el juego libre: sin instrucciones rígidas, dejando que el niño cree sus propias reglas.
• Acompañar sin controlar: estar presentes, seguir su ritmo y dar valor a lo que expresa a través del juego.
• Ofrecer materiales simples: cajas, telas, elementos naturales o de reciclaje son más estimulantes que juguetes costosos.
• Crear rutinas donde el juego tenga un espacio diario, incluso en días escolares.
En resumen
El juego no es un lujo ni una pérdida de tiempo: es la base sobre la cual los niños construyen su aprendizaje, identidad y bienestar emocional. Acompañar este proceso con respeto, tiempo y cariño es una de las mejores formas de cuidar su salud mental y emocional desde la primera infancia.
Ps. Paulina Paredes Vidal.
Referencias
Elkind, D. (2007). The Power of Play: Learning What Comes Naturally. Da Capo Lifelong Books.
Piaget, J. (1951). The Psychology of Intelligence. Routledge & Kegan Paul.
Vygotsky, L. S. (1978). Mind in Society: The Development of Higher Psychological Processes. Harvard University Press.